Ayer te fuiste. Nos dejaste sin quejarte, sin maldecir, sin gritar al mundo un "¿Por qué yo?" lleno de rabia. No, tú te fuiste en silencio, preocupada por todos aquellos que te rodeaban, ayudando a los demás a no inquietarse por ti.
Decías de ti misma que eras cobarde. Veías en los demás valentías donde nosotros solo veíamos un paso más. Y al final, nos diste a todos una clase magistral de coraje. Supiste enfrentarte a tus males. Les plantaste cara, y aún cuando la enfermedad te ha ganado la batalla, el recuerdo que nos dejas es el de una mujer luchadora que nunca perdió su ilusión por vivir.
Sé que nunca más volveré a oír al otro lado del teléfono ese “Hoooooooooola” con aquella alegre forma de arrastrar la “o”. Escuchar a Bosé nunca será ya lo mismo. Y volver a un concierto de él, sin ti ,ya no tiene sentido.
Hace tantos años que nos conocemos que hemos compartido prácticamente todos nuestros buenos y malos momentos. Ya fuera por carta, por teléfono o de la mano, siempre hemos estado unidas por una amistad de casi 30 años.
Juntas recorrimos kilómetros montadas en bici, meriendas en el puente a mitad de camino, tardes enteras tumbadas al sol contándonos confidencias, cumpleaños, chocolatadas, largas esperas a la puerta de un concierto…
Recuerdo el abrazo que nos dimos hace casi un año en el funeral de mi madre… o como hace dos semanas me decías adiós con la mano cuando las fuerzas ya no te acompañaban.
No recuerdo haberte visto nunca enfadada de verdad. Eras amiga de todos y no tenias, ni querías enemigos. Eras alegre, vital, trabajadora.
Incapaz de ver dobleces en las personas, siempre veías lo mejor de cada cual y tenias la extraña cualidad de sacar de cada uno, lo mejor de si mismo.
La vida te ha dejado a mitad de camino. Todos tenemos un destino, pero el tuyo a llegado a su fin mucho antes de lo esperado, dejándonos a los que te queríamos, un vacío que nunca nadie podrá llenar como tú.
Siempre acudíamos la una a la otra para contarnos todos los acontecimientos importantes, alegres o tristes, de nuestras vidas. Hoy, tengo el corazón roto y no puedo acudir a ti buscando consuelo. Se me hace tan raro...
Me tranquiliza pensar que ya no sufres. Que has descansado después de dos años de incertidumbre. Que hoy por fin, los brazos de tu madre te vuelven a abrazar después de 29 años.
Amiga, la palabra valiente, lleva ya dos años unida a tu nombre, Rocío. Y de hoy en adelante siempre seguirán así.
Hace algo más de un año, tú nos dabas las gracias públicamente en
una carta. Hoy soy yo, la que te escribo nuestra última carta, y espero que estés donde estés, aunque ya no puedas leerla, recuerdes que siempre te tendremos en el corazón y que para mí fue un orgullo el haberte tenido como amiga.
Adiós amiga. Hasta siempre.